lunes, 5 de octubre de 2009

Respuesta al documental de Michael Moore.

Senor Michael Moore, usted da lastima, es una persona que ya pasa de lo mas bajo de la sociedad de este gran pais, usted, uno de los hijos mas desagradecidos de esta madre patria, mentiroso, pues sabe usted que que todo lo que dice en su documental es incierto. Aqui le expongo la verdad de la medicina en Cuba, mi pais, si lo duda, camine por las calles y hable con el pueblo de a pie para que pueda tomar el pulso de la verdad.
La salud es un derecho esencial de toda persona humana. En el mundo en que vivimos éste es un derecho que no se pone en duda, es para todos y a él aspira todo hombre o mujer y todo pueblo. Tener salud, como ya es aceptado por todos, no es sólo la ausencia de enfermedad, ni es sólo prevenir las enfermedades, que es bastante. Tener salud es, además de todo esto, garantizar una calidad de vida en las dimensiones física, psicológica, moral y espiritual, que permita y favorezca el desarrollo humano integral de la persona.
Además, no se trata solamente de la salud de cada ser humano, se trata también de las condiciones sociales, políticas y económicas imprescindibles para asegurar a la salud los requerimientos ambientales, estructurales y jurídicos necesarios para que la salud sea una realidad en cada uno. A este conjunto de condiciones, servicios, estructuras, medidas organizativas, agentes de salud, políticas higiénicas, ecológicas y medio-ambientales, articulados en un sistema de salubridad coherente, eficaz y accesible para todos, se le llama salud pública.
Si nos acogemos a esta avanzada definición de salud, ningún pueblo sobre la Tierra ha llegado a éste grado máximo de salud pública. Todos aspiran a él, pero las condiciones económicas, políticas, sociales y culturales, no le permiten acceder, en la misma medida, a tal desarrollo. Esto crea desigualdades injustas e inexcusables. Como en todos los problemas sociales, en la salud pública puede haber avances y retrocesos, logros y errores.
Así ha sido también en Cuba, antes y después de la revolución socialista.Por ello debemos reconocer, tratar de conservar y hacer crecer todos aquellos logros, que antes del 1959 y después, han permitido a nuestra nación acceder a grados de salud pública no alcanzados por otros países desde la primera mitad del siglo XX y que, aún, algunas no tienen hoy.
Unos de esos logros, quizá el más significativo, ha sido el acceso a la asistencia médica y sanitaria independientemente de la posibilidad económica de los pacientes. Los amplios planes de vacunación, de educación para la salud, de atención a las embarazadas, a los niños y al adulto mayor, son otras de las conquistas que han provocado que el descenso de la mortalidad infantil, la red de centros asistenciales, la prevención de enfermedades contagiosas y otros parámetros de salud hayan sido en Cuba superiores a otros países. Y esto no sólo viene de ahora, pertenece a una larga tradición sanitaria que tiene en Tomás Romay y Carlos J. Finlay, a dos de sus hijos más eminentes y en Solano Ramos, Pedro Kourí, Ángel Arturo Aballí, Millares Cao, Ramírez Corría, León Cuervo Rubio, Tebelio Rodríguez del Haya, Orfilio Peláez, etc. egregios exponentes, venidos desde todos los tiempos, épocas y especialidades.
Hoy, sin embargo, hay preocupantes señales de deterioro en este sensible aspecto de la vida. Si la salud publica no es una inexcusable prioridad, entonces las demás prioridades políticas, ideológicas, internacionales o del propio país, van permitiendo, aun sin querer, una decadencia en el sector que cuida, o debería cuidar, la calidad de la vida.
Estas señales pueden ser fácilmente comprobables por todos. Una primera señal, la más visible, pero no la más importante, es el daño físico, estructural, de nuestros centros de salud. Un hospital, o un policlínico, en cualquier ciudad de Cuba, tienen de tal forma averiadas, canibaleadas, despintadas y sucias sus salas, por no decir sus baños, salones de estar y lugares de servicio, que de ninguna manera uno puede sentirse en él como en un lugar para recuperar la salud y la estabilidad psíquica y espiritual.
No todo es fruto del desgaste normal ni de la depreciación de los equipos, es sobre todo fruto de la manía de saqueo que se ha generalizado en todos lados, ante la escasez de todo y sobre todo, de honradez e integridad personal; también es fruto de la indolencia, tanto de los responsables en todos los niveles como de los trabajadores, pacientes y visitantes, que llevados por el síndrome de la propiedad colectiva que es de todos y no es de nadie, abandonan toda responsabilidad sobre las cosas de su centro.
Otra señal es la falta de funcionalidad, la deficiente organización vinculada con la llamada atención al paciente y los mecanismos de remisión, consulta, hospitalización, etc. Los niveles de excelencia en los centros de salud no dependen solamente de los recursos materiales, ni del estado estructural del edificio, hay una gran dosis de responsabilidad en el mal uso y mal trato de estas instituciones y de las personas que acuden a ellas, por razones estrictamente organizativas.
Tal parece que, al organizar un hospital o un simple centro de atención primaria, lo primero no sea facilitar la estadía, el tránsito y la curación de la persona del paciente, pues el estilo de organización del centro se basa prioritariamente en cumplir normas impersonales, regular y entorpecer los servicios, prohibir el acceso y la estancia en lugares, retardar la atención con trámites y exigencias ajenas a lo estrictamente médico, complicar las relaciones entre el paciente y el personal de servicio médico y paramédico y con sus familiares. En fin, lo organizativo no siempre hace más funcional, personalizado y, en lo que cabe, placentero, el “paso” siempre angustiante de asistir a un centro de salud, sino que parece que la organización esta allí para hacer más penoso, más largo, menos discreto, más pública la enfermedad del paciente, su exposición a la vista de todos, su peloteo de mano en mano y la manía de no facilitarle las cosas.
Así ocurre también con el acceso a ciertos tipos de exámenes, estudios y a tecnologías y aparatos que, por su complejidad y escasez, por su necesidad y eficacia, se convierten en procederes de difícil acceso y motivo de gestiones extra-institucionales que ponen el “sociolismo”, la corrupción y las posiciones sociales, amén del acceso a los dólares, como premisas para poder acceder a una resonancia, por ejemplo, o a otros medios técnicos, exámenes y pruebas. Si para cualquier examen radiológico, reactivo para análisis, ultrasonido, o tomografía axial computarizada, uno, además de sufrir la incertidumbre de la enfermedad, no puede acceder fácil y directamente, por derecho propio, sino que ha de mendigarlo, gestionarlo, o como decimos para encubrir esos verbos, “resolverlo” a través de amistades, como favor y dádiva, entonces algo anda muy mal en el sector de la salud.
En el plano de los programas de salud y de su organización sistémica debemos considerar que ha existido un intento, un programa y una experiencia de atención primaria de salud, en el cual se establecía una dinámica donde el médico de familia debía “ir en busca de la persona, del vecino, sano o enfermo”. Si lo encontraba sano, lo educaba para la salud y lo prevenía de posibles riesgos y enfermedades. Si lo encontraba enfermo, lo consultaba, lo trataba, le daba seguimiento hasta reincorporarlo a la población sana. Los diferentes programas de atención a personas de alto riesgo de enfermedades, embarazo y natalidad, campañas de vacunación y otros, fueron concebidos al alcance de las familias y al alcance de la capacidad de trabajo media de los médicos y la enfermera.
Pueden existir diferentes valoraciones sobre si este sistema de atención primaria era efectivo, sobre si respondía a una vocación personal o a una política de salud, de si en algunos lugares se llegó a construir el consultorio o se adaptó un local…Lo que se discutía era su efectividad, su pertinencia en un país como el nuestro, su real necesidad general o en áreas específicas, entre otros temas. Ahora no es así, los médicos de familia han sido sacados de nuestros barrios para ser enviados a otros países. Ahora no existe un médico para cada consultorio, los que quedan no alcanzan humanamente a atender ni medianamente su nuevo radio de acción y la carga sobre ellos es agobiante y generadora de tensiones que afectan a los pacientes y a la misma persona del médico y la enfermera.
No estamos cuestionando la solidaridad internacional, ni el sentido humanista de la ayuda al que lo necesite; es incluso muy cristiano ofrecer toda la vida por el bienestar de los demás o curando a quien sufre, lo que nos estamos cuestionando es si esto tiene algún sentido cuando no nace de una motivación profunda del médico, ni de un sentido suyo de humanidad, o de solidaridad, sino de una orden, de una decisión venida de arriba. O cuando esa motivación es simplemente económica; para mejorar en algo las penurias de aquí se marchan los médicos para cualquier país, donde están seguros de tener alguna mejoría económica, aun a costa de sus familias, de su estabilidad matrimonial, de la atención a sus hijos, de la permanencia en su país y hasta de su propia carrera profesional.
Por otro lado, así como no hay derecho a presionar de diferentes formas, aun las muy sutiles, para enviar médicos a misiones decididas con criterios políticos, tampoco hay derecho a retener, por dos, cinco o hasta diez años a un profesional de la salud que desea, personal y voluntariamente, marcharse a otro país. Es necesario volver a decir que es un derecho inalienable de la persona humana salir y entrar de su país y hacerlo de modo voluntario, libre y sin presiones o retenciones de ningún tipo. Sea médico, enfermera, profesional de cualquier especialidad o un obrero o ama de casa.
Es verdad que un gobierno debe evitar el éxodo de profesionales o robo de cerebros, esto es legítimo y debe ser una preocupación para todos los gobernantes, pero no parece ser el método más adecuado retener por decreto a esos profesionales, o lo que es peor, sin un documento público, porque sería anticonstitucional e iría contra las propias leyes del país, que una llamada “orientación” interna de los ministerios concernidos dilate a voluntad de los funcionarios de las provincias y de la nación, la salida de esas personas que, además de los trámites migratorios, necesitan otro permiso de “liberación” de su ministro. Es sintomático que se le llame popular y hasta oficiosamente así: “liberación”…entonces, ¿cómo están los profesionales en Cuba en cuanto a su posibilidad de viajar?
Ya decíamos que es y debe ser preocupación del Estado evitar la fuga de cerebros, es decir, la salida tempestuosa de profesionales de uno o varios sectores pero si esta existe, el método no debería ser éste. Entonces, ¿cuál debería ser?. Pues creemos que lo primero es preguntarse ¿Por qué se quieren marchar tantos médicos y profesionales? ¿Por qué en nuestro país los profesionales progresan menos que aquellos a donde van y vienen con una ayuda material para su familia? ¿Por qué un especialista eminente y profesor brillante tiene que marcharse incluso a un pequeño país para mejorar su “situación”?
La solución no está en “retener” y “liberar”. Esto es decidir por los demás, violando sus derechos. Quizá una solución sería crear aquí las condiciones de vida, de trabajo, de respeto, de retribución económica y de consideración social siempre tenidas con los médicos y enfermeras cubanos, en todos los tiempos. Arreglando las condiciones referentes al médico, al personal paramédico y a las instituciones de salud de aquí, con los recursos invertidos en otros sectores y programas no tan esenciales como el de la salud, donde se invierten muchos recursos financieros, materiales y humanos. Se trata de dar prioridad a lo que se le debe dar, y que esto se vea y se pueda disfrutar en la vida cotidiana de quienes sirven en este sector que es responsable de la calidad de vida.
Otro signo, que consideramos más importante y más molesto y el menos relacionado con la situación económica del país, el embargo, una mala administración, o cualquier otra razón del deterioro de este sector es la falta de humanización del trato y de las relaciones paciente-personal médico y paramédico, por no decir con el personal auxiliar o de servicio, ya sea de limpieza o custodios. Humanizar los servicios de salud no es decir, “mi amor”, o “mi niño” o “mi abuelo” a un paciente y luego mantenerlo desnudo a la vista de todos, o alargar sus esperas, o no atender a sus exigencias, o sencillamente lo que escuchamos con frecuencia: “desmaya a ese viejo, no le hagas caso”.
Humanizar los servicios de salud, consiste en creer, en estar convencidos de que los pacientes y sus familiares, las enfermeras y el personal de limpieza, todos, son seres humanos, son personas, son dignos de respeto, de privacidad, de información, de agilidad en la atención, de evitar las exposiciones públicas de su cuerpo, de su psiquis, de su enfermedad, de su tratamiento y de una estancia en los centros de salud acorde con esa dignidad y con los derechos de los enfermos y sus familiares.
El actual deterioro de nuestro sistema de salud no es, en nuestra opinión, debido, ni solamente ni en primer lugar, a medidas de embargo o bloqueo venidas del exterior; esa situación influye, pero consideramos que si la salud pública se ve más afectada en los últimos años, es consecuencia de la crisis por la que atraviesa Cuba, fruto a la vez de las decisiones y medidas tomadas por las autoridades correspondientes en el interior de nuestro país.
No debemos quedarnos en el lamento, tampoco debemos acostumbrarnos a la calamidad. La queja amarga, así como la indolencia ante lo mal hecho son dos males que corroen el alma de la gente y el espíritu de los pueblos. No sea así entre nosotros. Busquemos, con la participación de todos, los remedios ágiles y eficaces para volver a elevar la salud pública en nuestro país a los niveles que había alcanzado. Todos debemos contribuir con nuestras iniciativas y decisiones: que las autoridades revisen sus prioridades y sus políticas de salud, para que la búsqueda del bien común de la casa-Cuba pueda combinarse, sin detrimento del sistema de salud cubano, con la solidaridad internacional. Eso es encomiable, pero, como dice un refrán criollo, “no se puede desvestir a un santo para vestir a otro”.
Que en medio de la actual crisis económica se busquen aquellas prioridades que verdaderamente tocan la vida cotidiana de los cubanos, su salud, su alimentación, su vivienda, y otros aspectos que, por lo menos, alivien el agobio cotidiano.
Que se mejore el clima de convivencia al interior del país y en sus relaciones internacionales. Que cese cualquier cosa que haga irrespirable la atmósfera, que todos los cubanos puedan “ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional”- como dijera el Papa.
Un adecuado sistema de salud pública requiere, en primer lugar, un clima nacional de sosiego, no de más crispación; de trabajo creador no de batallas numánticas; de paz en el alma y en los medios de comunicación, en el hogar y en las escuelas, en los centros de trabajo y en el lenguaje utilizado por todos. La violencia y la crispación de gestos y palabras, de campañas y preparativos de guerra e invasión, deben cesar porque no ayudan a nadie, no dejan trabajar en paz a los ciudadanos concentrándose en lo positivo de la creación e inquietan los ánimos que luego son difíciles de calmar y pueden explotar en cualquier momento en desahogo incontenible de cargas acumuladas. Los médicos, enfermeras y técnicos de la salud tienen derechos y no sólo deberes. La inmensa mayoría de ellos son personas competentes y humanas, pero ¿tienen las condiciones mínimas para desempeñar bien su elevada profesión?.
Nadie puede curar por un lado lo que la incertidumbre y la angustia destruyen por el otro. Nadie puede concentrarse en lo que está haciendo si al mismo tiempo está pensando que debe dejar su familia y su casa, su país y su centro de trabajo para marchar a cualquier lugar. Nadie puede llevar sobre sí las cargas de trabajo de quienes se marchan, los agobios de su casa y su familia y, al mismo tiempo, atender sosegada y profesionalmente a sus pacientes. Es un problema ético de los profesionales y un problema de derecho de los pacientes y de sus familiares. Es un problema del cuerpo y del espíritu de todos detener este daño antropológico, crear un ambiente de paz y perspectivas halagüeñas para todos los trabajadores de la salud. Recuperar lo deteriorado y lograr un clima de estabilidad de espíritu, de estructuras, de proyectos y de progreso para todos, serían pasos seguros en el sentido de lo que necesitamos y tendríamos derecho todos, enfermos y sanos.
Esto sería como el comienzo de la recuperación de los niveles de la calidad de vida que, como todos sabemos, es el fundamento y el centro de todo sistema de salud.
Cuba lo necesita ya.

Pinar del Río, 30 de abril de 2004

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